Hace poco di a mis alumnos de griego un fragmento original de Jenofonte para traducir. Se trataba de un discurso del segundo libro de la Ciropedia. Tiraron la toalla, y con razón, pues incluso a mí se me estaba haciendo costoso. Ahí recordé qué és exactamente el griego ático: una lengua riquísima en matices morfosintácticos, especialmente en comparación con nuestras lenguas romances. Doce infinitivos por verbo. Doce participios. Una flexión endiablada. Tres números, tres géneros, tres modos, tres voces. Cuatro tiempos de pasado.
Cada vez estoy más
convencido de que hablamos penosamente porque no pensamos. De que nuestra sintaxis
es demasiado límpida y evidente.
Porque esta era de tecnología, amnesia e imágenes ha prescindido del lenguaje y
la escritura en un sentido propio. La gente plurilingüe, entre la que me
incluyo por fortuna, es vista por el resto como si tuviera superpoderes. Eso es
la mitad (pobre) de la humanidad, por cierto.
Pero Jenofonte es todo
lo contrario. Probablemente cuidaba su lenguaje porque, a falta de tecnología,
era lo único que tenía para salir adelante en este mundo. Para pensar,
calcular, imponerse y quedar para la posteridad. Una posteridad que lo ha
tratado francamente bien hasta hace unos escasos años, cuando saber griego se
ha convertido en una especie de brujería. Qué triste todo.
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El rey Ciro |