No sé exactamente por
qué ni de qué manera últimamente me ha vuelto a llamar la atención un viejo
juego de rol que tenía muy olvidado. Se trata de Warhammer Fantasy, del que me
enteré hace poco que dejó de fabricarse definitivamente hace cinco años. Cuando
yo era un crío me etretenía con mi hermano pintando sus miniaturas. Incluso me
enseñaron a jugar una partida, algo francamente complicado y fuera del alcance
de alguien con poco presupuesto, como era yo en aquél entonces. Quizás llevaba,
tranquilamente, doce años sin ni siquiera recordar ese juego. Pero hace unos
días incluso soñé con que me compraba unas cajas del mismo.
Su estética era lo más fascinante.
Yo coleccionaba miniaturas del imperio, una facción inspirada en la estética
del Renacimiento germánico. Mi hermano tenía hombres lagarto, una especie de indios
americanos reptiles. Pero la mayoría de razas que poblaban aquello se
inspiraban directamente en Tolkien y su Tierra Media: altos elfos, elfos
oscuros, enanos, orcos, etcétera.
Creo que a Tolkien no
le hubiera hecho ni pizca de gracia todo esto. Un juego bélico inspirado en su mundo, en su segundo mundo en palabras de su hijo y factótum Christopher
Tolkien. El segundo mundo donde se refugiaba y que fue creando y llenando de
detalles, paisajes, lenguas, criaturas maravillosas y leyendas pretéritas. Un
santuario para la imaginación.
También he visualizado
un excelente documental sobre el autor inglés. En él su hijo nos explica cómo
era el autor y qué había tras este universo que creó. Una innegable melancolía
por un pasado sin tanta tecnología, mucho más naturalizado, y la amargura de haber
tenido que combatir en una guerra que no sirvió para nada, entre otras cosas.
También una necesaria incredulidad hacia la muerte, que tantísima gente querida
le arrebató de forma temprana. Y la fe, y el amor por las lenguas. Creo
entenderle bien.
Imagino que abrir su
mundo, su Tierra Media, y ver cómo otros hacen negocios con ella y la usan de
trasfondo no le hubiera gustado. También imagino que es un riesgo y un gaje de
la fama y del éxito. Llega un punto en que compartir el propio mundo interior –debidamente
sublimado, moldeado y adaptado- es casi una obligación, algo tan necesario como
el mismo respirar. Pero no creo que el resultado acabe gustándonos nunca.
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Tolkien y su alfabeto inventado |